El trabajo de Leila integra las modalidades terapéuticas de Compassionate Inquiry, la Terapia de Vida Relacional y la experiencia vivencial. Su método es sensible al trauma y se basa en la sintonía emocional. Aunque la infertilidad sigue siendo una gran parte de su trabajo, el enfoque de Leila se ha expandido para brindar apoyo a individuos y parejas que atraviesan agotamiento emocional, retos relacionales y muchas de las preguntas que surgen mientras construimos, reconstruimos o redefinimos lo que significa la familia.
Esta publicación sigue el viaje de Leila a través de la infertilidad durante 6 años, 11 rondas de fecundación in vitro y cómo la rendición—no la esperanza—se convirtió en el punto de quiebre. Escucha la entrevista completa en inglés en The Gifts of Trauma Podcast.

¿Qué me llamó a hacer este trabajo?
Pasé muchos años bajo el cuidado del servicio público y luego regresé a casa, a un padre abusivo y una madre que no podía ofrecerme seguridad. Desde el inicio el amor estaba atado al miedo, el duelo llegó en silencio y nada se sentía predecible. La infertilidad no fue el comienzo de la historia, simplemente trajo a la superficie todas las partes de mí que aún necesitaban sanar. Me llevó a hacerme viejas preguntas:
¿Soy amada? ¿Alguna vez voy a merecer algo? ¿Por qué yo otra vez?
Lo que me trajo a este trabajo no fue la búsqueda de claridad. Fue el colapso. Fue el duelo y, eventualmente, una verdad más profunda: que podía aprender a sostener la incertidumbre y quizás también encontrar algún significado ahí.
La infertilidad como portal…
Seis años. Once rondas de FIV. Un aborto. Un bebé concebido con donación de esperma. La infertilidad no me rompió, me rompió la ilusión de que tenía el control. No solo puso a prueba mi cuerpo. Puso a prueba mi matrimonio, mi salud mental y mi sentido de identidad. En algún punto tenía que enfrentarme a una verdad incómoda: seguir casada o perseguir la maternidad a toda costa. Porque este viaje no solo te rompe el corazón, puede romper tu relación si tú y tu pareja no están caminando juntos.
Durante las partes más difíciles de la infertilidad…
A menudo encontré refugio junto al mar. Vivo cerca de la playa, y temprano en las mañanas solía sentarme a ver las olas, a veces meditando, a veces llorando, pero sobre todo escuchando. El ritmo del océano me ayudaba a regularme cuando me sentía completamente a la deriva.
Al mismo tiempo empecé a escribir. Escribía cartas al alma del bebé que tanto quería, aún sin estar segura si llegaría. Le escribí a una presencia que podía sentir. Era mi forma de mantenerme conectada a la esperanza sin demandar certeza. Era una forma de amar sin condiciones. Un acto silencioso de devoción; una pizca de imaginación, una pizca de rezo y una pizca de supervivencia.
El duelo, los tiempos…
Luego sucedieron cosas de forma extraña, casi mítica: mi padre falleció. Nueve meses después, nació mi bebé. Aunque es duro admitirlo, algo en mí se suavizó cuando él murió. O quizás algo finalmente se liberó.
Una vez más estaba sosteniendo la vida y la muerte en el mismo suspiro, una postura emocional que me era muy familiar. ¿Esa ambivalencia? Se convirtió en parte del significado que le di a todo. Se sentía cósmico y brutal. Sagrado e injusto.
Bienvenida a la familia humana, me dije eventualmente, donde el control siempre es una ilusión.
El punto de quiebre: la rendición.
La llegada de mi bebé no fue lo que cambió todo, fue rendirme. Me senté frente al mar una mañana y dije: “Quizás nunca voy a ser madre. Pero de alguna forma voy a encontrar la alegría otra vez.” No me sentía en paz. Me sentía rota.
Pero por primera vez, estaba diciendo la verdad. Ese momento fue importante, no porque me gustara el resultado, sino porque al fin podía imaginarme cómo sería sobrellevarlo. Ahí también actuaba esa fuerza silenciosa de la verdad, aún cuando la verdad era devastadora.
Dejé de aferrarme y finalmente la corriente me movió. Se tomaron decisiones y acordamos que esa sería la última ronda de fertilización sin importar el resultado.
En esta onceava y última ronda de FIV, quedé embarazada. Me enteré un par de semanas después del fallecimiento de mi padre. Una vez más estaba sosteniendo el duelo en una mano y la vida en la otra.
Eso es lo que estos procesos nos exigen: sostener al mismo tiempo lo que nos destruye y lo que nos construye.
Compassionate Inquiry me salvó, no arreglándome, sino permitiéndome desmoronarme.
Compassionate Inquiry® me encontró donde realmente estaba: enojada, avergonzada, amortiguada. No me pidió que fuera positiva. Me dejó ser real.
Ese fue el comienzo de algo más profundo. No me sirvió un significado en bandeja de plata. Me dio las herramientas para empezar a indagar. Para preguntar: ¿Estoy replicando algo aquí? ¿Esta experiencia de infertilidad era un eco de algo más antiguo?
Surgió la parte de mí que se preguntaba: ¿Soy demasiado? ¿No soy suficiente? ¿Merezco amor?
Empecé a ver la repetición sin vergüenza, con compasión. Ahí es cuando empecé a darle significado, no con definiciones abruptas, sino con bordes suaves.
Y me di cuenta de algo más: sostener el duelo y la esperanza a la vez, un equilibrio emocional imposible…no me era nada nuevo.
Había entrenado para hacer esto desde que era niña, cuando el amor y el dolor venían en el mismo paquete, cuando la seguridad y la tristeza vivían en la misma casa. Así que mientras la infertilidad me quebró, también reveló algo interno: una capacidad que había cultivado desde niña. La diferencia es que ahora puedo sostenerla con conciencia.
La aceptación no llegó con claridad, llegó a través del colapso.
Cuando al fin pude decir: “Ya no puedo luchar más,” algo se abrió en mí. Esa rendición creó un espacio que no sabía que necesitaba. Con el tiempo, se me reveló ese significado: si hubiese quedado embarazada hace 6 años, no hubiese estado lista. No habría hecho todo el trabajo interno.
No me hubiera preguntado: ¿Cómo te tratas a ti misma? ¿Puedes sentarte y estar con tu dolor? ¿Le pasarías a tu hijo/a lo que aún no has sanado?
Este viaje me permitió reencontrarme conmigo misma antes de conocer a mi bebé. La infertilidad me dio tiempo para sanar las partes de mí que era mejor no pasar a la siguiente generación.
Cómo trabajo ahora: no vendo esperanza, sostengo la verdad.
A veces no funciona. Y aún así, sigues estando completa. Sigues siendo valiosa. Sigues siendo amada. Ahora ayudo a otras personas a quedarse ahí en el fuego. No ofrezco una perspectiva positivista, ofrezco presencia. Sostengo a las personas de la misma forma en que me hubiera gustado que alguien me sostenga. Porque eso es lo que pasa al final: nos sostenemos a nosotros mismos de la misma forma en que nos sostuvieron en la infancia…
La infertilidad es un portal…
No tienes que darle un significado, pero es posible. Si te quedas con eso realmente, puede que te haga sentir más honesta, más suave, más viva. No necesariamente porque todo era parte de un gran plan, sino porque sigues aquí para ti a pesar de lo difícil que puede ser.
Lo que aprendí…
Si tuviera que nombrar un aprendizaje es que este proceso se trata de aprender a vivir con aquello que nunca pediste.
La infertilidad te obliga a estar en lugares para los que nadie te ha preparado: la espera, la vergüenza, el silencio después de otro ciclo fallido, la revelación de quién creíste que serías ahora. Si tienes suerte, en algún punto dejas de intentar ser más lista que la vida. Dejas de negociar con ella.
Ahí empieza a suceder algo distinto. No es esperanza, es algo más silencioso, más enraizado, más real. No se trata de positivismo, no se trata de abandonarte. Se trata de aprender a vivir con la incertidumbre y sostener tu humanidad. Quizás ese es el trabajo real: que no todo esté bien, pero seguir ahí de una forma que indique: “Estoy aquí. No me voy a dejar sola.”
Mi intención…
Si algo de lo que he compartido ayuda a alguien a sentirse menos sola en este proceso, entonces vale la pena decirlo.
The Gifts of Trauma es un podcast semanal que presenta historias personales de trauma, transformación, sanación y los regalos que se revelan en el camino hacia la autenticidad. Escucha la entrevista y, si te gusta, suscríbete y compártela.



