Por Sanjog

Cuando empecé a escribir este blog, las calles de muchas de las ciudades de mi país, Ecuador, estaban casi vacías. El 9 de enero de 2024, el presidente de nuestra nación declaró la guerra a 22 bandas criminales, que han permeado nuestro sistema de seguridad, judicial, y político durante los últimos seis años. Tras el anuncio, se nos advirtió a todos que volviéramos a nuestras casas y permaneciéramos dentro. Inundados por el miedo y la confusión, los niños fueron sacados de las escuelas, las instituciones públicas cancelaron sus jornadas de trabajo y los comercios cerraron sus puertas. Mientras los militares y la policía ofrecían devolvernos a la seguridad a través de diversos medios de comunicación, yo me senté a reflexionar sobre el tipo de “seguridad” que necesitaba, preguntándome cómo pasamos de ser el segundo país más seguro de América Latina según las estadísticas del 2017, a ser hoy el quinto país más peligroso del mundo hoy.

Una de las lecciones más valiosas que aprendí en Compassionate Inquiry es que los seres humanos accedemos a la seguridad a través de la conexión. 

Mi primera reacción tras el anuncio del presidente fue, desde luego, conducir de regreso a casa. Mi segunda reacción inmediata fue enviar mensajes a todas las personas importantes para mi vida, verificando que estén a salvo también. Aunque se supondría que “una guerra contra el terrorismo”, como expresó el presidente, debía de darme cierta sensación de alivio, la idea sólo me trajo malestar y angustia. Me resulta muy difícil confiar en la guerra como una vía para acceder a la seguridad. Lo que sí calmó mi sistema nervioso fue saber que mi familia y mis amigos estaban resguardados en casa. Los humanos somos seres de vínculo. Estamos diseñados para cuidarnos los unos a los otros.

Me entristece mucho saber que el número de jóvenes y niños que se unen a los cárteles de la droga ha aumentado tan rápidamente en mi país. Esto subraya el hecho de que hemos fracasado a la hora de crear seguridad para nuestras infancias. También evidencia el trauma racial e intergeneracional que hemos dejado sin atender. En su mayoría personas negras y de color, los mismos niños que han sido oprimidos durante siglos por los sistemas coloniales, son ahora acusados de causar esta crisis, siendo así confrontados con más violencia y ostracismo. 

En Ecuador, como en muchos países de América del Norte y del Sur, las comunidades negras, indígenas y de color siguen enfrentándose a la ocupación de sus tierras, obligadas al desplazamiento forzoso, y con ello, a la pobreza y a la falta de acceso a servicios básicos, educación y la posibilidad de obtener empleos bien remunerados. Si bien es cierto que para los seres humanos la seguridad es la disponibilidad de conexión, la premisa para ello debe ser la ausencia de amenazas a la supervivencia y la garantía de nuestros derechos básicos. 

Mientras reflexiono sobre el tipo de seguridad que anhelo ver en Ecuador y en el mundo, pienso en las inevitables intersecciones entre los ámbitos de la sanación y la justicia social; nuestra urgente necesidad de reducir las desigualdades entre poblaciones; y la posibilidad de construir resiliencia en el fortalecimiento de la comunidad, la conexión con la tierra y con las formas de espiritualidad de cada población y localidad. 

Estoy agradecida de pertenecer a la comunidad de CI, que sigue nutriendo mi cuerpo, mi mente y mi corazón. También estoy agradecida por todas las iniciativas que esta comunidad está tomando para mejorar su postura ante asuntos relacionados con la diversidad, la equidad y la inclusión en nuestros programas. 

Como Gabor brillantemente afirma, no podemos responsabilizarnos del mundo que creó nuestras mentes, pero sí podemos responsabilizarnos de las mentes con las que creamos nuestro mundo. Que nos llenemos de valor para cuestionar las creencias que conducen a la reproducción de un sistema que privilegia a unos pocos frente a la mayoría. Recordemos que dependemos los unos de los otros para sobrevivir y sanar; y que este mundo no será seguro para nadie hasta que sea seguro para todos.


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Sanjog

Sanjog es instructora de Kundalini Yoga, antropóloga, traductora y terapeuta. Sanjog forma parte del equipo de facilitadores fundadores desde los inicios de este programa en el 2019. Actualmente es la Directora del programa en español, así como Facilitadora y Mentora de CI tanto en el programa de inglés como en el de español. Su experiencia pasada de tener un desorden alimenticio la inspiró a comprometerse con el campo del cuidado de la salud física y mental desde hace 13 años. Está entrenada en IFS, Brainspotting y las bases del Arte Terapia. También nutre su trabajo con su entrenamiento previo en Antropología y Estudios de Género. Reside y trabaja desde Ecuador, donde ofrece procesos de terapia individual y grupal.