Margarita es psicóloga clínica, psicoterapeuta especializada en Terapias de Tercera Generación y Practicante Certificada de Compassionate Inquiry. En sus sesiones Marga sostiene un espacio de presencia auténtica donde cada persona puede explorar su historia, liberar patrones y reconectar con su capacidad innata de sanar. Marga facilitará el Círculo de Compassionate Inquiry, Cultivar la presencia y el autocuidado en marzo de 2026.

Para mí el autocuidado llegó desde el agotamiento. Aprendí a cuidarme cuando empecé a escuchar lo que realmente necesitaba y también lo que no. A veces era tan simple como mover el cuerpo, llorar, descansar o permitirme sentir lo que estaba presente. Comprendí que el autocuidado tiene que ver con la relación que tengo conmigo misma y con una pregunta que siempre me acompaña: ¿me estoy escuchando o me estoy ignorando?
A veces cuidar de mí significa poner un límite, reconocer que estoy cansada o darme espacio para sostenerme. Otras veces significa dejar que una emoción esté ahí, sin intentar cambiarla. Para mí, el verdadero autocuidado es dejar de exigirnos tanto y empezar a acompañarnos más: ser nuestras propias aliadas incluso cuando no estamos en nuestro mejor momento.
Cuando el cuerpo avisa
La desconexión comienza en lo más sutil. Lo noto cuando empiezo a hablar rápido, cuando mi mente va acelerada, cuando mi cuerpo se tensa o mi respiración se vuelve superficial. Ahí dejo de responder desde lo que siento y comienzo a reaccionar desde la mente. A veces también lo percibo cuando me cuesta disfrutar, cuando aparece la comparación o cuando siento que nada es suficiente. Son señales claras de que me estoy abandonando.
Y aunque esto nos ocurre a todas las personas, lo importante es darnos cuenta con ternura y volver, porque eso siempre está disponible. La práctica no se trata de mantener la presencia todo el tiempo, sino de regresar una y otra vez sin castigarnos.
La historia que cargamos
Lo que entendemos como amor muchas veces viene condicionado por nuestra historia, infancia y entorno. Si crecimos en ambientes donde valíamos más cuando no molestábamos, cuando nos portábamos “bien”, cuando cuidábamos emocionalmente a otros o cuando no había espacio para lo que sentíamos, aprendimos a adaptarnos dejando partes de nosotras afuera.
En la adultez, esto puede transformarse en autoexigencia, culpa o dificultad para descansar. Seguimos creyendo que tenemos que hacer algo para merecer amor, en lugar de sentir que lo merecemos simplemente por existir.
Pero lo hermoso es que esta historia puede reescribirse. Cada vez que nos damos espacio para sentir, para escucharnos, para llorar o descansar, estamos ofreciéndole a nuestra versión más joven la presencia que necesitó y no tuvo.
Escucharme como acto esencial
El pilar fundamental del autocuidado es la capacidad de escucharme a mí misma. Cuando sigo haciendo, trabajando o dando, incluso cuando dentro de mí hay una voz pidiendo pausa, dejo de cuidarme. Cuando descanso se vuelve un lujo que “debo ganarme”, me desconecto. Y reconocer esto es el primer paso para volver.
Podemos identificar la falta de autocuidado cuando nos desprendemos de lo que disfrutamos, cuando vivimos en un torbellino emocional o nos sentimos agotadas física y mentalmente. No es pereza: es desconexión.
La buena noticia es que el cuerpo siempre avisa, a veces suave y a veces con fuerza. Si lo escuchamos, siempre nos guía de vuelta.
El camino para regresar a nosotros
Las herramientas para volver a la presencia que ofreceré en el Círculo de CI ‘Cultivar la presencia y el autocuidado’ en marzo de 2026, son simples pero profundas. Habrá ejercicios de respiración, movimientos suaves, prácticas de autorregulación del sistema nervioso, auto observación, espacios para compartir, silencio y descanso.
En este espacio no buscaremos hacer más, sino hacer menos. Es un espacio humano, sin máscaras, donde no es necesario demostrar nada. Un lugar para soltar el personaje, reconocer lo que está presente y permitirnos ser. No prometo soluciones rápidas, pero sí un regreso al cuerpo, al momento presente y a la sensación de estar vivas y acompañadas.
Ese regreso —una y otra vez— es, para mí, el corazón del autocuidado.



