Imagina que despiertas en una habitación desconocida. No hay ventanas. Solo un eco lejano de voces que alguna vez fueron familiares. Sientes el peso de una ausencia, pero no sabes exactamente qué falta.
Tu cuerpo lo sabe.
Esa opresión en el pecho, esa inquietud que se desliza como un animal, son señales de una herida antigua. No es algo que puedas recordar conscientemente. No tiene fecha, no tiene nombre. Pero está ahí, latente, moldeando cada decisión que tomas.
Y un día, descubres algo. Un trago, un cigarro, un alimento, una pantalla que te envuelve en su resplandor. Un mensaje, una apuesta, un clic… una persona. Y por un momento, solo por un instante, algo se aquieta.
Ahí es donde comienza la historia que nos contaron mal sobre la adicción.

Fotografía de Ronaldo de Oliveira en Unsplash
La historia equivocada
Nos dijeron que la adicción es un enemigo. Que es falta de voluntad. Que es una falla del carácter. Nos enseñaron a temerle, a combatirla, a reprimirla.
Pero, ¿qué pasaría si la miráramos con otros ojos?
Desde Compassionate Inquiry, no vemos la adicción como el problema, sino como la solución que el cuerpo encontró para sostener lo que era insoportable.
La adicción es un acto de amor.
No el tipo de amor que nos enseñaron en los cuentos, sino un amor primitivo, biológico, desesperado. Un intento del sistema nervioso por regularse, por crear un instante de alivio cuando el mundo interno es una tormenta.
Cuando un niño no recibe seguridad, su sistema no deja de buscarla. Cuando un niño no es visto, su sistema no deja de gritar. Cuando un niño no se siente amado, su sistema no deja de buscar el calor, aunque sea en lugares donde arde. La adicción no es irracional. Es perfectamente lógica cuando la entendemos en su contexto.
¿Qué hay debajo?
Si pudiéramos detener el tiempo en el instante previo a caer en la adicción, si pudiéramos congelar ese microsegundo antes de encender un cigarro, abrir una app, comprar algo que no necesitamos, hacer clic en lo prohibido…
Si pudiéramos quedarnos ahí, ¿qué encontraríamos? Un vacío. Un eco. Un dolor que se gestó en el silencio. La adicción no llena el vacío, pero nos hace olvidar que está ahí. Y eso, por un momento, es suficiente. Pero lo que evitamos, persiste. Lo que reprimimos, gobierna.
El giro que cambia todo
Entonces, si la adicción no es el problema sino la solución…
Si la adicción es un mensajero y no un enemigo…
La pregunta no es “¿cómo la detengo?”, sino “¿qué me está mostrando?”
Desde Compassionate Inquiry®, el trabajo no es luchar contra la adicción. No es arrancarla de raíz como si fuera una plaga. Es mirar debajo. Es sostener el vacío en nuestras manos, en todo nuestro cuerpo, sin salir corriendo. Es sentir la falta de amor sin anestesiarla. Se trata de regresar a esa habitación cerrada y, esta vez, abrir una ventana.
Cuando la historia de la adicción cambia, cambia todo, porque lo que realmente buscamos no es la sustancia, el clic o el escape. Lo que realmente buscamos es el hogar que perdimos dentro de nosotras y nosotros mismos. Y la única manera de encontrarlo… es volver.