Sophia se sentó frente a mí, sus manos inquietas sobre su regazo. “No puedo creer que mi jefe me gritara por no cumplir con la fecha de entrega,” me dijo, su voz mostraba su irritación. “No es mi culpa que nunca me den suficiente tiempo. De todas formas, ¿a quién le importan las fechas de entrega?”
Accedí con la cabeza, tomando nota de su tono defensivo. “Parece que estás bastante frustrada,” le dije gentilmente. “¿Me podrías contar más sobre cómo te sentiste cuando tu jefe habló contigo?”
Sophia vaciló, luego suspiró. “Me sentí… Avergonzada, supongo. Sentí que había fallado.”
“Es difícil estar con ese sentimiento. A veces, cuando tenemos vergüenza o culpa, desviamos esos sentimientos y los direccionamos hacia otros para protegernos. Es una forma de manejar la sensación, pero no siempre ayuda en el largo plazo.”
Sophia frunció el ceño, considerando lo que le había dicho.“Así que me estás diciendo que estoy desviando mis sentimientos hacia mi jefe?”
“Parece que sí,” le contesté. “Reconocer tus sentimientos puede ser el primer paso para entenderlos y hacerles espacio. ¿Qué crees que pasaría si te permites sentir esa vergüenza?”
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En terapia, suelo ayudar a mis clientes a reconocer y entender sus mecanismos de defensa, que los protegen de sentimientos dolorosos pero pueden obstaculizar el procesamiento emocional y la sanación. Al explorar estas defensas y los mecanismos subyacentes, clientes como Sophia pueden comenzar a acceder a la vergüenza profunda y otros problemas derivados de necesidades no satisfechas en relaciones tempranas. Este proceso promueve una mayor autoconciencia y los ayuda a avanzar hacia un yo más integrado y auténtico.
Lo que está ocurriendo aquí es un ejemplo de un mecanismo de afrontamiento clásico llamado “proyección”. El malestar de Sophia no estaba relacionado tanto con la carga de trabajo en sí. El malestar surgía de una herida subyacente relacionada con la sensación de insuficiencia que se estaba activando. Sophia estaba desviando sus sentimientos al proyectarlos hacia las personas a su alrededor.
¿Qué son las defensas, también conocidas como mecanismos de defensa? Tuve una introducción formal a los mecanismos de defensa durante mi formación psicoanalítica. Aprendí que los mecanismos de defensa son estrategias psicológicas empleadas por las personas para lidiar con la realidad y mantener la parte del ego que involucra nuestra autoimagen. Sigmund Freud fue quien introdujo este concepto, destacando que estos mecanismos protegen al ego de la ansiedad (alrededor de la vergüenza) y de la percepción de sanciones o juicios sociales. Aunque pueden ser útiles para manejar el estrés, pueden volverse desadaptativos si se abusa de ellos. Las defensas son útiles, hasta que dejan de serlo.
En mi entrenamiento en Compassionate Inquiry, conocí el trabajo de A. H. Almaas, quien, en su Teoría de los Agujeros, propone que nacemos con nuestro ser central, nuestra ‘Esencia’ intacta. Esta esencia contiene la información de muchas características que nuestro entorno debe reflejarnos para poder tener un desarrollo apropiado, como por ejemplo la claridad, la presencia, el amor y el valor. Un niño no piensa que no es valioso, que no está siendo claro o que no es amado. Estas nociones del amor y del valor no están presentes en el niño; esa parte de su esencia aún no se desarrolla, pero está ahí. Las condiciones como la seguridad relacional y un entorno que refleja de vuelta nuestro valor inherente son necesarios para el desarrollo óptimo de nuestra Esencia, lo cual le permite a cualquier niño realizarse en amor y valor.
¿Cómo se ve eso? Se ve a través de padres/cuidadores que están en sintonía con las necesidades del niño, que están presentes y son receptivos a su mundo emocional y que también proveen las necesidades materiales del niño.
Cuando hay brechas en estas áreas, se desarrollan “agujeros”. Cuando los cuidadores de un niño no son capaces de reflejar el valor del niño, aparecen agujeros en su Esencia, los cuales luego se llenan a través de defensas.
Por ejemplo, imaginemos el caso de un bebé de nueve meses. Imagina que su madre rompe el contacto visual con el bebé. Si esto ocurre repetidas veces por un periodo de tiempo prolongado, el niño entra en un estado de vergüenza en respuesta a la separación de la receptividad de su madre y de la sintonía mutua. Si el niño no está en sintonía con su madre por un periodo de tiempo prolongado, entra en un estado de vergüenza. Si esto continúa, el niño desarrolla un tipo de vergüenza corrosiva hacia sí mismo—no en relación a una acción, sino a quién es como persona.
En casa, al niño le dicen que se crea esa brecha porque es malo, o porque ha hecho algo malo. Todo su sistema nervioso internaliza ese mensaje y el niño llega a creer que ha hecho algo malo para merecer esto. Llegamos a creer que estamos avergonzados por todas las cosas malas que hemos hecho, pero en realidad estamos avergonzados porque nuestros padres rompieron el contacto y, por ende, su contrato con nosotros.
Cuando nacemos, esencialmente nuestros padres implícitamente establecen un contrato con nosotros que dice ‘Nosotros te traeremos al mundo y cuidaremos de ti. Cuidar de ti significa que responderemos a ti. Estaremos sintonizados contigo, en sincronicidad y reciprocidad.’ Cuando el padre o la madre no es capaz de cumplir con el contrato por sus propias limitaciones y se incumple repetidas veces, el niño experimenta la vergüenza. Esta vergüenza se establece en el núcleo del ser y se forma un agujero muy profundo. Luego desarrollamos defensas para no sentir este dolor profundo.
Cuando trabajo con mis clientes, les ayudo a reconocer cuando se están defendiendo. ¿Contra qué nos estamos defendiendo? Contra el sentimiento. Cuando suprimimos nuestros sentimientos, no podemos procesarlos. Como dice Gabor, la supresión repetitiva lleva a la depresión. Por eso les invito a mis clientes a explorar con curiosidad cuando están a la defensiva, como lo he hecho en el caso que describo aquí.
Quizás le diría a Sophia, “Exploremos tu vergüenza.” “¿Qué significa para ti estar avergonzada?” O, “Notemos la resistencia a sentir.” “¿Cómo se presenta esta resistencia en tu cuerpo?” Estos son ejemplos de invitaciones a realizar procesos somáticos creando espacio para el mecanismo de defensa. Al reconocer y entender las defensas, clientes como Sophia pueden empezar a sanar los “agujeros” en su esencia y avanzar hacia una versión más integrada y auténtica de su ser.