Esencia, ego, y el camino de la integración – parte 1 

¿Cuál es nuestra esencia? ¿Por qué necesitamos saber? ¿Qué es el ego? 

Últimamente me veo invitada—empujada, en realidad—hacia una indagación más profunda, no solo para mi propia evaluación, sino también para poder estar al servicio de otros, cuyos sistemas nerviosos y corazones están clamando por algo más allá de una técnica o un método. El trabajo informado en trauma a menudo comienza en el cuerpo, pero no termina ahí. Eventualmente nos lleva a hacer preguntas más fundamentales: ¿Quién soy en realidad? ¿Qué queda cuando se suavizan las estrategias de supervivencia? ¿Qué es esencia—y qué es ego?

Estas no son preguntas abstractas para mí. Se han convertido en indagaciones que habitan cada sesión y cada momento de mi proceso emocional. Vuelvo una y otra vez a las enseñanzas de Eckhart Tolle, Michael Brown, el Corazón de diamante de A.H. Almaas, Carl Jung, y Thomas Hübl—no por una búsqueda de estimulación intelectual, sino porque ofrecen el lenguaje y la práctica para algo que ya siento en los huesos: que la sanación del trauma no se trata sólo de reparar. Se trata de recordar quién somos en realidad. 

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¿Qué significa Esencia? 

La esencia, para mí, no es una idea—es una experiencia vivida. Surge en el silencio que habita debajo de todo hacer, en la quietud que encuentro cuando me vuelvo lo suficientemente inmóvil, lo suficientemente desnuda, lo suficientemente auténtica como para deslizarme bajo las máscaras que llevo y los nombres a los que he respondido. Es aquello que ni las palabras ni las historias pueden tocar. La esencia es presencia en sí misma—conciencia pura, amor sin condiciones ni demandas. Es el susurro de la plenitud que logro escuchar cuando estoy en meditación, el movimiento de la inhalación y la exhalación, es la mirada sin defensas de alguien que realmente me ve.

En la serie Corazón de Diamante, Almaas describe la esencia como las cualidades inherentes de nuestro ser—gozo, voluntad, compasión, fuerza—que se vuelven difusas, pero nunca se pierden. Recuerdo leer sus palabras y sentir un Sí profundo en mi cuerpo, no porque las entendiera por completo, pero porque resonaban con algo que había sabido desde la niñez y que me fui olvidando en el camino. 

En El proceso de la presencia, Michael Brown hace eco de esta idea. Habla sobre la integración emocional como una forma de acceder al aspecto de nosotros que está fuera del tiempo, esa parte que ni el pasado ni el futuro pueden tocar. Su trabajo me ayudó a dejar de intentar arreglar mis emociones para simplemente sentirlas—encontrarme con ellas a través de la presencia para que mi esencia pueda emerger orgánicamente. 

Y Eckhart Tolle propone: “Tú no eres tus pensamientos.” Esa frase ha sido mi salvavidas en un periodo particularmente difícil de mi propia sanación, cuando el comentario de la mente se sentía más ruidoso que mi respiración. La esencia es lo que queda cuando la mente se aquieta. Es el testigo silencioso de lo que subyace a la tormenta. 

¿Por qué necesitamos conocer nuestra esencia? 

Porque sin ella, sufrimos. No se trata sólo del sufrimiento que viene del trauma o el dolor—sino del dolor existencial de habernos separado de quién somos realmente. Veo esto en mis clientes todo el tiempo. Puede que en su cuerpo, la persona esté segura, que tenga una vida relativamente estable, pero algo se siente fuera de lugar, como si hubiesen construído una casa, pero no la pueden convertir en hogar. 

Thomas Hübl describe esto a detalle. Habla sobre cómo el trauma personal y colectivo crea “oclusiones”—bloqueos energéticos y emocionales que nos impiden acceder a un campo de coherencia, la esencia del ser. Estas oclusiones se pueden manifestar como falta de autoestima, dificultad para formar y mantener relaciones, o una sensación de vacío persistente. Cuando no podemos sentir nuestra esencia, nos sobre-identificamos con nuestro condicionamiento. Nos convertimos en lo que nos pasó. Y aún en las más hermosas relaciones, carreras o prácticas espirituales, nos podemos sentir insatisfechos en ese aspecto. 

Necesitamos conocer nuestra esencia para anclarnos en nuestra humanidad en lugar de escapar de ella. Debemos avanzar de la supervivencia a la vitalidad. Necesitamos crear espacio para otros, no desde la actuación de un rol, sino desde la quietud de la presencia. 

¿Qué es el ego?

Esta pregunta ha sido más compleja para mí. Por mucho tiempo, la palabra ‘ego’ se sentía sucia—algo que debería eliminar, trascender, destruir. Pero he llegado a entender que el ego no es el enemigo, es aquello que me ayudó a sobrevivir. El ego juega un rol crucial en el proceso terapéutico. Carl Jung definía el ego como el centro de la conciencia—la parte de nosotros que organiza nuestra experiencia, nos ayuda a funcionar, a navegar nuestras relaciones y a tomar decisiones. Necesitamos que el ego participe en nuestra vida. Pero el problema surge cuando confundimos el ego con quién somos en nuestra totalidad. 

Tolle propone que el ego es la identificación con la forma—las historias, roles, el pasado y el futuro. Tolle enseña que el ego se sostiene de los patrones y reacciones emocionales inconscientes, especialmente aquellos que vienen del miedo o la falta de algo. Veo esto claramente en mí misma cuando siento la urgencia de defender, comprobar o controlar. Ese es el ego tratando de preservar una identidad frágil. 

Michael Brown profundiza en este concepto, describiendo el ego como la resistencia a sentir. A través de esta lente, el ego surge para protegernos de emociones que alguna vez fuimos incapaces de procesar. No está mal—solo está caduco. Siento que esto es profundamente compasivo. El ego no es algo que debe ser destruido, sino entendido, sentido y sostenido. 

Esta perspectiva ha cambiado mi forma de relacionarme con otros. Cuando veo que un cliente está atacado en la defensa o en el perfeccionismo, pregunto: ¿Qué está protegiendo el ego? ¿Qué sentimiento sin procesar está por debajo de esto? Y lo más importante, ¿podemos estar presentes por suficiente tiempo para dejar que ese sentimiento emerja? 

La danza entre la esencia y el ego 

Empiezo a ver la esencia y el ego, no como opuestos, sino como parte de una danza. El ego nos da estructura, mientras que la esencia nos da profundidad. Cuando el ego se relaja, nuestra esencia puede brillar. Cuando encarnamos la esencia, el ego se hace más flexible y menos reactivo. 

El ego busca asilo en lo familiar. Construye muros de familiaridad y los confunde con seguridad, resistiéndose a estar en el momento presente. Sin conciencia, empieza a liderar sutilmente—llevándonos hacia memorias del pasado, persiguiéndonos con futuros imaginados, todo para evitar la quietud del presente. Porque es en el ahora donde nuestra esencia vive. Entonces nos vemos divididos—seducidos por la voz del ego, pero anhelando el pulso constante de nuestro ser verdadero. 

No puedo decir que he dominado el arte de esta danza. A veces me veo atrapada en mis propios patrones, en mis proyecciones. Pero estoy aprendiendo a notarlo más rápido. Estoy aprendiendo a tomar una pausa para preguntar: ¿quién está hablando ahora, mi esencia o mi ego? ¿Cómo se vería si respondiera desde un lugar más profundo? 

La segunda parte de este texto se publicará en julio de 2025.

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