El cuerpo guarda una sabiduría silenciosa. Se comunica a través de sensaciones—tensión, calor, dolor—y a menudo sostiene lo que la mente no puede sostener. Aprender a escuchar estas señales puede abrir el camino hacia un viaje gentil de auto-conocimiento a través de la conciencia corporal.
El cuerpo es una fuente de sabiduría, se comunica a través de sensaciones: tensión, calor, dolor y sostiene lo que la mente no puede sostener. Este viaje hacia el auto-descubrimiento es intrigante y emocionante.
Cuando aprendemos a localizar estos lugares seguros en el cuerpo, aprendemos también a nombrar las sensaciones sin juicio, a estar presentes con ellas y construimos la capacidad de volver a nosotros mismos en lugar de abandonarnos.
Este retorno se convierte en tierra fértil para la intimidad, el deseo y la reparación, donde la seguridad vive dentro de nosotros y no por fuera.

La sabiduría del cuerpo
Solía buscar la seguridad en otras personas. Pensaba que vivía en sus abrazos, en sus palabras y en su aprobación.
Cuando el conflicto llegaba, o cuando el deseo se escapaba, me abandonaba a mí misma y escapaba hacia la mente, las historias y las estrategias.
Pero mi cuerpo nunca me abandonó. Me susurra. Me jala del pecho, aprieta mi estómago y tensa mi mandíbula.
Me dice la verdad antes de que mi boca puedo hacerlo. Aquí es donde empieza el trabajo: no en controlar el cuerpo, no en silenciarlo, sino en escucharlo.
Encontrando seguridad en el cuerpo
La primera vez que me pidieron que “encontrara seguridad en mi cuerpo”, creí que era imposible. Para mí la seguridad era algo que venía de alguien más. Era una mirada, un tono de voz, una presencia. No sabía que podía vivir dentro de mí.
Pero el cuerpo es un mapa. Y en ese mapa, hay lugares a los que no ha llegado la tormenta.
Para mí, esto empezó con un leve calor en las palmas de mis manos. No importaba cuán tenso estaba mi pecho, mis manos siempre se podían suavizar. Ese se convirtió en mi primer recurso: un espacio de seguridad al que podía volver, aún cuando todo lo demás se sentía abrumador.
Para ti puede ser la sensación de tus caderas sobre la silla. O las plantas de tus pies tocando el piso. O la forma en que la respiración se mueve por tus fosas nasales.
La seguridad en el cuerpo no es solo un concepto. Es un ancla. Es el lugar donde “estás sostenido”.
Escuchando el lenguaje de las sensaciones
Yo solía pensar que las emociones viven en la mente: el miedo como pensamiento, el amor como pensamiento, la ira como pensamiento. Pero mientras más escuchaba, más me daba cuenta de que las emociones habitan como sensaciones.
El miedo no dice, “tengo miedo.” Dice: el corazón palpita rápidamente, la respiración es corta y las piernas tiemblan.
La ira no dice, “tengo ira.” Dice: calor en el pecho, presión en la garganta, la mandíbula apretada.
El duelo no dice, “estoy triste.” Dice: pesadez en los hombros, un vacío en el estómago, dolor en los ojos incluso antes de que lleguen las lágrimas.
La sabiduría del cuerpo yace en estas sensaciones. Cuando las describo sin juicios, sin apresurarme a resolverlas, empiezo a conocerme nuevamente.
La tensión como maestra
El cuerpo sostiene lo que la mente no puede sostener. Cada palabra que no se ha dicho. Cada deseo suprimido. Cada conflicto al que sobrevivimos es gracias al silencio. Estos momentos no se desvanecen, se asientan en los músculos, en la fascia y en la respiración.
Cuando escaneo mi cuerpo encuentro tensión
- A veces en mi garganta, como si mi voz hubiese esperado años para ser liberada.
- A veces en mi pelvis, como si al placer le hubiese dicho “ahora no” demasiadas veces.
- A veces en mis hombros, llevando cargas que nunca he nombrado. La sabiduría del cuerpo yace en esta tensión.
No miente. Me señala hacia lo que ha estado esperando. Cuando respiro en eso, cuando llevo mi mano a ese lugar, cuando dejo que mi atención descanse ahí sin huir—algo empieza a cambiar. A veces es un cambio sutil, a veces es como una presa que colapsa.
Cómo separar las historias de las emociones
Esta práctica me ha enseñado algo que nunca había considerado: la diferencia entre las emociones y las percepciones. Las percepciones son historias.
Las percepciones dicen, “Él no me ama.” Ella siempre se va. Nunca voy a ser suficiente. Las emociones son datos. Dicen: Tensión. Calor. Presión. Dolor.
Cuando confundo las dos, me pierdo en una tormenta. Mi mente da vueltas y no puedo discernir la realidad.
Pero cuando las separo, cuando nombro la sensación como una sensación y la historia como una historia, obtengo claridad. No colapso en la percepción. Me sostengo en la emoción. El acto de sostenerme ahí es todo.
Cómo incrementar la capacidad de estar presente
Inicialmente solo podía estar con mi cuerpo por unos segundos. Mi atención se disparaba hacia la mente, hacia la historia, hacia la distracción, pero el cuerpo nos enseña a través de incrementos. Diez segundos se convirtieron en veinte. Un minuto se convirtió en cinco. Lentamente creció mi capacidad de estar.
Suelo poner mi atención en el peso de mi pecho. Respiro ahí, no para que desaparezca, sino para hacerle saber que lo veo. No me voy a ningún lugar. Y así es como sucede algo milagroso.
La sensación cambia. A veces se suaviza. A veces se expande. A veces revela otras capas, como cuando el duelo se convierte en anhelo, y luego se convierte en ternura.
Mientras más tiempo me quedo ahí, más descubro que el cuerpo se revela cuando se siente seguro para ser visto.
Cómo sostener la conexión sin abandonarme
La sabiduría más profunda que tiene mi cuerpo es esta: puedo estar conmigo misma sin importar lo que pase. Aún cuando estoy gatillada. Aún cuando hay conflicto. Aún cuando el deseo se siente muy grande o muy pequeño. No necesito abandonarme para estar conectada con otros.
Puedo registrar mi propio cuerpo mientras me sigo relacionando. Puedo decir, “Tengo tensión en el pecho, ¿podemos ir más despacio?”
Puedo sentir mis pies sobre el piso mientras mi pareja me habla. Puedo colocar mi mano sobre mi corazón mientras nombro lo que es verdadero para mí.
Este es el tipo de intimidad que empieza desde adentro y se expande hacia afuera.
La práctica de regresar al cuerpo
En muchas instancias de la vida nos enseñan a abandonarnos. A amortiguar. A dejar pasar las cosas. A pretender. Pero el cuerpo no se olvida, el cuerpo espera y nos susurra hasta que escuchamos.
Cada vez que regreso al cuerpo, cada vez que ubico ese lugar seguro, cada vez que me quedo con una sensación un poquito más de tiempo, fortalezco mi capacidad de vivir en mi verdad.
Ahí es donde nace el deseo: donde el conflicto se torna en reparación. Donde la intimidad se hace más profunda, no a través de la actuación, sino a través de la presencia.
Una invitación a escuchar al cuerpo
Esta es la sabiduría del cuerpo, encontrar seguridad, no como una idea, sino como un ancla:
- Describir las sensaciones para que se conviertan en portales, no en callejones sin salida
- Notar la tensión y dejar que te revele lo que está ahí
- Separar la historia de la sensación para poder sostener lo que es real
- Fortalecer el músculo de estar: segundos que luego se convierten en minutos, minutos que se convierten en encarnación.
No tengo que esperar a que la seguridad llegue desde afuera de mí. La puedo crear aquí y ahora, con esta respiración, en este cuerpo. Y cuando lo hago, todo cambia.
Compassionate Inquiry® nos invita a explorar la sabiduría del cuerpo con curiosidad y compasión. Para conocer más sobre este enfoque informado en trauma, visita https://compassionateinquiry.com/que-es-compassionate-inquiry/



