Los gatillos no son prueba de que algo está mal, son invitaciones del cuerpo a mostrarte dónde habitan las historias antiguas y las necesidades no satisfechas. Cuando me detengo, respiro y trazo el camino hacia los orígenes de un gatillo, puedo transformar la reactividad en conciencia y tomar decisiones informadas. En ese espacio, el cuerpo nos enseña a responder con amor en lugar de repetir el pasado.

Cuando el gatillo se convierte en un portal
Hubo un tiempo en el que la chispa más pequeña me encendió por completo.
Una expresión facial.
Un cambio de tono.
Un silencio prolongado.
Mi pecho se apretaba.
Mi respiración se acortaba.
Mi cuerpo entero se preparaba para una tormenta, incluso cuando solo era una pequeña llovizna.
Por años pensé que el problema estaba fuera de mí.
Si tan solo esa persona pudiera hablar distinto.
Si él no se cerrara ante mí.
Si pudieran amarme como quiero que me amen.
La verdad era más complicada de enfrentar: la tormenta no era de ellos.
Era mía.
Vivía en mí.
El primer cambio: el reconocimiento y el poder de la conciencia
El primer paso fue aprender a notar.
No la historia. No la culpa.
Notar la sensación.
El calor que me sube por la garganta.
La agudeza en mi pecho.
La forma en que mi mandíbula se aprieta como para retener lo que quiero decir.
Al comienzo me resistí a estas sensaciones. Las sentía como evidencia de que algo estaba mal conmigo. Pero lentamente, a través de la respiración y la práctica, aprendía a quedarme con ellas. A notarlas sin abandonarme.
Ahí empieza el trabajo.
El segundo cambio: la responsabilidad
Cada gatillo trae consigo una elección: colapsar en una historia antigua o pausar e indagar.
¿Qué me está demostrando sobre mí misma/o?
La lección más difícil de aprender fue: mis gatillos son míos. Surgen de mi sistema nervioso, de mi historia, de mis necesidades insatisfechas. Son ecos de un tiempo en el que necesitaba más cuidado, más seguridad y más sintonía, pero no lo recibí. Saber que mis gatillos son míos no significa que las demás personas pueden actuar como quieren en torno a mí. Los límites son esenciales, pero sí significa que la reacción de mi sistema es data. Me muestra dónde es necesario reparar y volver a configurar. Darme cuenta de eso lo cambió todo.
El tercer cambio: trazando el hilo
Cuando me volví curiosa en lugar de defensiva, empecé a encontrar las raíces:
¿La tensión en mi garganta? Es la niña que aprendió que cada vez que hablaba, el amor desaparecía.
¿El dolor en mi pecho? Es la adolescente que suprimió sus necesidades para complacer a los demás.
¿El calor en mi columna? Es la joven que se convenció de que su valor está en dar más de lo que tiene.
Cada gatillo tiene un linaje.
Cada reacción tiene la huella de una yo más joven esperando a ser vista. Al trazar esos hilos, estoy creando una mayor intimidad conmigo misma, me hago más consciente.
El cuarto cambio: traer a la conciencia lo inconsciente
Me di cuenta de que mi vida estaba conformada en mayor parte por creencias antiguas que por mi realidad.
La creencia de que “soy demasiado” me llevó a hacerme pequeña en espacios donde nadie me pidió que lo hiciera.
La creencia de que el amor siempre se va me llevó a empujar a las personas fuera de mi vida antes de que pudieran hacer el intento de quedarse.
La creencias de que tenía que ganarme el deseo me llevó a esconder mi hambre y a contorsionarme en una forma que creía era más fácil de amar.
Estas creencias han guiado mi vida sin mi consentimiento.
Una vez que las nombré, perdieron su poder. Porque una creencia que se hace consciente puede ser reescrita.
El cuerpo como maestro
Este aprendizaje no tuvo lugar en mi mente.
Ocurrió en mi cuerpo.
Ocurrió cuando coloqué una mano en mi pecho y dije, “Quédate conmigo”.
Ocurrió cuando mis piernas temblaban y dejé que el dolor se mueva a través de mí en lugar de retenerlo.
Ocurrió cuando mis pulmones se expandieron mientras revelaba una verdad que pensé podría destruirlo todo.
El cuerpo no miente.
No pretende.
Dice la verdad.
Y cuando empecé a escuchar, todo cambió.
Viviendo la medicina
Ahora cuando estoy gatillada, me encuentro distinta.
En lugar de colapsar, respiro.
En lugar de echar la culpa a algo o alguien, traigo curiosidad.
En lugar de pretender que estoy tranquila, me permito temblar y encuentro fuerza en la presencia de ese movimiento.
Trato el gatillo como data.
Trazo el hilo.
Nombro la creencia.
Y luego, elijo distinto.
Mi conciencia no me hace vulnerable, me hace sentir viva. Esta conciencia me permite estar presente durante los conflictos.
La conciencia me permite ser alguien que puede decir, “Quiero entender tus sentimiento y quiero que entiendas los míos.” Me convierte en alguien que no se abandona a sí misma cuando las cosas se ponen difíciles.
La invitación
Esta es mi invitación para ti:
La próxima que se aprieta tu pecho o tu mandíbula, o cualquier parte de tu cuerpo.
Pausa.
Pon una mano donde más te duele o donde más lo sientes.
Susurra: ¿qué me estás mostrando?
Dale la bienvenida al gatillo.
Traza el hilo.
Nombra la creencia.
Respira.
Y deja que tu respuesta, no tu reacción, cargue el amor que quieres experimentar.
Esta es la alquimia de los gatillos.
Este es el retorno a ti.
Este es el trabajo.



