Interconexión

Tree Roots

Foto de Daniel Watson

El libro de Mark Wolynn, It Didn’t Begin With You, explora el concepto de que los individuos cargan con las huellas emocionales de generaciones anteriores, una noción también reflejada en las enseñanzas budistas sobre la interconexión. La psicología moderna, a través de ideas como la “Neurobiología Interpersonal” de Daniel Siegel y el estudio de la epigenética, respalda esta idea al mostrar cómo las experiencias traumáticas pueden alterar la expresión genética y transmitir estas modificaciones a las generaciones posteriores. Esta perspectiva replantea problemas de salud mental como la ansiedad y la depresión como respuestas adaptativas a traumas heredados, destacando el profundo impacto de las experiencias de nuestros ancestros y la posibilidad de sanar mediante entornos de apoyo y el autocuidado consciente.

El regalo de la herida: Descubriendo el don en el trauma ancestral

En mi formación en Compassionate Inquiry se me presentó un libro del terapeuta de constelaciones familiares Mark Wolynn, titulado It Didn’t Begin With You. La premisa del libro es que no somos seres aislados. Esta idea no es nueva; tiene más de 2,500 años, desde que el Buda señaló que todo surge en relación con todo lo demás, un concepto que llamó “la co-surgencia interconectada de los fenómenos”. Así como una sola hoja contiene en su esencia el sol, la tierra, el agua y el cielo, nosotros también llevamos la huella de experiencias interconectadas, incluidas las de generaciones anteriores.

El psiquiatra Daniel Siegel ofrece una visión similar en un lenguaje moderno, acuñando el término “Neurobiología Interpersonal” para describir cómo nuestros cerebros y sistemas nerviosos están intrincadamente conectados. Gracias al funcionamiento de las neuronas espejo, nuestros estados emocionales nos afectan mutuamente, de manera consciente o inconsciente. He notado que, cuando entro a una habitación donde alguien está visiblemente ansioso o molesto, esto afecta mi sistema nervioso, a veces sin necesidad de palabras. Los seres humanos estamos conectados de manera similar a como los árboles comparten sistemas de raíces; somos parte de una vasta red que incluye no solo nuestro entorno inmediato, sino también las experiencias emocionales no procesadas de nuestros ancestros.

Esta interconexión es especialmente evidente durante la infancia y la niñez temprana, cuando nuestra dependencia de los cuidadores moldea todo nuestro ser. Nuestro desarrollo se ve profundamente influido por nuestro entorno, no solo por lo que nuestros padres hacen o dicen, sino por quiénes son cuando lo dicen o hacen. La energía emocional que llevan, de manera consciente o inconsciente, tiene un impacto profundo. Aquí es donde entra el concepto de trauma heredado.

El trauma no solo afecta a una generación; se transmite, tanto emocional como biológicamente, moldeando no solo vidas individuales, sino líneas familiares enteras. A través de un proceso conocido como epigenética, nuestro entorno emocional influye en la expresión genética. La epigenética no cambia la secuencia del ADN en sí, pero “etiqueta” o modifica los genes mediante marcadores químicos, afectando qué genes se activan o silencian.

Para entender esto más claramente, considera cómo los factores ambientales—estrés crónico, trauma o incluso experiencias de cuidado—pueden agregar o eliminar grupos metilo (pequeñas etiquetas químicas que se adhieren al ADN o a las proteínas que lo rodean). Estas etiquetas epigenéticas influyen en qué genes se activan o desactivan, determinando cómo el cuerpo expresa o suprime varios rasgos.

Por ejemplo, cuando alguien experimenta un trauma significativo, puede agregar grupos metilo a genes específicos, silenciándolos efectivamente. Esto no altera el ADN en sí, pero sí cambia cómo se expresa en el cuerpo, modificando cómo se manifiestan las respuestas al estrés, la función inmunológica e incluso la salud mental de una persona.

Más profundamente, estas modificaciones epigenéticas pueden transmitirse a través de generaciones. Esto se conoce como “herencia epigenética” y es particularmente evidente en los descendientes de sobrevivientes de traumas. Por ejemplo, investigaciones sobre sobrevivientes del Holocausto han demostrado que los nietos de quienes soportaron estas dificultades extremas exhiben una expresión genética alterada, particularmente en áreas relacionadas con el estrés y la regulación emocional.

Esto significa que, incluso en generaciones alejadas del trauma original, los individuos pueden llevar una sensibilidad elevada al estrés o una mayor probabilidad de desarrollar ansiedad, depresión u otras condiciones relacionadas con el estrés. La epigenética muestra que las experiencias de vida, particularmente aquellas que involucran trauma, dejan marcadores químicos en nuestros genes que afectan no solo a nosotros, sino también a las generaciones futuras.

Cuando vemos los diagnósticos de salud mental modernos a través del lente del trauma heredado, muchas condiciones adquieren una perspectiva diferente. En lugar de ver diagnósticos como TEPT, trastorno de ansiedad generalizada, depresión o TDAH como problemas aislados o incluso personales, podemos empezar a entenderlos como puntos a lo largo de un continuo de respuestas moldeadas por generaciones de experiencia humana. Estas condiciones son, a menudo, formas en que las personas se adaptan y enfrentan traumas heredados y directos. Más que “trastornos” intrínsecos, son, en muchos casos, mecanismos de afrontamiento o adaptaciones.

Por ejemplo, alguien con ansiedad generalizada puede haber heredado una sensibilidad elevada al estrés a través de cambios epigenéticos debido a ancestros que soportaron adversidades extremas. Este estado de hiperalerta, que ahora puede manifestarse como ansiedad crónica o hipervigilancia, habría sido increíblemente adaptativo en un entorno peligroso, ayudando a los ancestros a mantenerse vigilantes para sobrevivir amenazas. Sin embargo, hoy en día, esa misma sensibilidad puede resultar abrumadora o inadecuada en situaciones cotidianas, manifestándose como ansiedad en contextos modernos.

De manera similar, los síntomas depresivos a veces pueden entenderse como una respuesta de “congelación,” un mecanismo de supervivencia evolucionado donde el cuerpo esencialmente se apaga para protegerse del dolor emocional o físico. En entornos desafiantes, esta respuesta podría haber ayudado a generaciones anteriores a soportar dificultades inimaginables. Ahora, en un mundo donde las amenazas inmediatas de supervivencia no siempre están presentes, esta respuesta de congelación puede aparecer como depresión, dejando a los individuos inmovilizados o desconectados de la vida.

Esta comprensión de los diagnósticos de salud mental como expresiones interconectadas de mecanismos de afrontamiento enraizados en el trauma heredado cambia fundamentalmente nuestra perspectiva. En lugar de verlos como problemas individuales o aislados, comenzamos a reconocerlos como reflejos de un legado mucho más amplio de resiliencia y adaptación humana. El trauma puede haber moldeado las formas en que respondemos al estrés, pero también ha dado lugar a formas de afrontarlo, sobrevivir e incluso prosperar en circunstancias difíciles.

Y aunque estas adaptaciones alguna vez fueron estrategias de supervivencia, continúan resonando a través de generaciones, a veces de maneras que nos sirven y otras que pueden frenarnos. Comprender que llevamos no solo nuestras propias experiencias, sino también las huellas de las experiencias de nuestros ancestros, puede ser tanto humilde como liberador. Abre la puerta a reconocer que el dolor o las luchas que enfrentamos hoy no son únicamente nuestra carga, sino parte de una narrativa más amplia: una historia de resistencia y adaptación transmitida a través de los siglos.

Esto no significa que seamos impotentes frente al trauma heredado. La epigenética también nos muestra que el entorno sigue interactuando con nuestros genes, moldeándolos de formas que pueden ser curativas además de dañinas. A través de relaciones de apoyo, prácticas de sanación intencionales y entornos que fomenten la seguridad y la conexión, podemos influir en nuestra expresión epigenética, alterando efectivamente la forma en que se activan o desactivan los genes. Este poder para remodelar nuestra herencia biológica enfatiza la importancia del autocuidado, la terapia y los esfuerzos conscientes para crear entornos emocionales positivos, no solo para nosotros, sino también para las generaciones futuras.

Como terapeuta, comprender el concepto de herencia epigenética ha transformado profundamente mi perspectiva sobre la salud mental. Ahora veo condiciones como la ansiedad y la depresión no como problemas aislados, sino como ecos de respuestas adaptativas moldeadas por generaciones de experiencia humana. Reconocer que llevamos no solo nuestras propias experiencias, sino también las huellas de las luchas de nuestros ancestros, me inspira a ayudar a mis clientes a abrazar esta narrativa más amplia de resiliencia. Es un recordatorio de que no estamos solos en nuestro viaje y que sanarnos a nosotros mismos puede transformar este legado para quienes vienen después de nosotros.

Scroll al inicio